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lunes, 5 de diciembre de 2011

Entre el carbón y el gas

Localizado en el centro de la cocina o en una estratégica esquina, se encontraba -aún en nuestras casas mixtas- el fogón. Su estructura de madera, de forma rectangular, estaba sostenida por cuatro patas fuertes sobre las cuales se asentaba el cajón relleno de barro o cemento. La cavidad central, formada con ladrillos, era el espacio destinado a recibir leña o carbón. A manera de soportes para ollas, cazuelas y sartenes, se colocaban varillas de hierro atravesadas; y pedazos de hojalata para cubrir los recipientes, haciendo efecto de horno al poner las brasas encima.

La candela se prendía al amanecer, usando una mechita de trapo empapada en kerosén y soplando con el abanico de paja. A eso de las seis de la mañana, el fino aroma del café pasado, fundido con el de tortillas de maíz, las torrejas de choclo con queso o el simpar bolón de verde con chicharrón, daban los buenos días en el desayuno. Momento del primer encuentro familiar.

¡Carbón, Carbonerooo!
Pregonando y haciendo rítmica percusión con una lavacara vieja atada a su tiznada carretilla, el carbonero, personaje típico de nuestro folklore urbano, circulaba en cada barrio, entregando regularmente su carga, la misma que se adquiría por sacos o por "lavacaradas", según el nivel de la clientela. La calidad nunca se discutía, por que ese carbón venía desde las islas del Golfo y era producto de aquellos mangles que por siglos cuidaron don Goyo y sus parientes, hasta que unos intrusos insensatos los destruyeron para instalar camaroneras.

La comida preparada en fogón tenía mucho sabor de nuestra tierra, pero había que bregar algunas horas para lograr un buen estofado, un sancocho blanco o el rico cocolón que desapareció con el carbonero, de quien nunca supimos nombre, edad ni color verdadero, por que vivió mimetizado a su costal y se alejó de nuestros barrios para seguir laborando en áreas marginales de la ciudad, cuando otro combustible se adueño de nuestras vidas.

La cocina de kerosén
Importadas por conocidas casas comerciales, se popularizaron hacia finales de los años 40, las novedosas cocinas de kerosén, combustible repartido también a domicilio en forma semanal- Al llamado telefónico acudía una camioneta de los distribuidores. Subía un hombre con gran embudo de hojalata y un tanque de 5 galones que vaciaba en el depósito adquirido para el efecto. De éste, la cocinera se encargaba de trasvasarlo a la poma de vidrio que alimentaba los quemadores de las hornillas, cuyo encendido demandaba preliminares con categoría de curso para maniobras especiales:

Primero: abrir la llave para el paso del kerosén. Segundo: levantar el filtro para comprobar que la mecha esté mojada. Tercero: acercar el fósforo y una vez avistada la llama, volver el filtro a su lugar. Si por algún descuido la llama se apagaba, ¡mayúscula conmoción en la cocina!

El humo negro con fuerte olor lo impregnaba todo. Las ollas de aluminio se tiznaban. El arroz, la sopa, la colada, los maduros fritos, el cake, perdían su sabor original. Los platos servidos regresaban a la cocina. Las señoras renegaban. Las cocineras se resentían y ni los perros querían comerse esa comida, con sabor a kerosén.

Algunas familias que habíamos adquirido cocinas marca "Nesco", llamábamos donde Maulme y del departamento técnico enviaban al Sr. Coronado, gentil experto que se tomaba su tiempo limpiando quemadores, filtros cañerías e instruyendo debidamente al personal, para poner una lata debajo de la olla del arroz y evitar que se ahúme; para no encender la mecha embebida; para no tocar los alimentos con las manos sucias de Kerosén. ¿Se imaginan Uds. ese embrollo que les tocó soportar a nuestras madres?

¡Ya viene el gas!
En el año de 1957, Manabí Exploration y Tennessee del Ecuador, empresas que operaban en nuestra zona peninsular, atendiendo el pedido de la compañía DOMOGAS (firma de capitales italianos), comenzaron la producción del gas licuado de petróleo que sería distribuido en cilindros importados de Italia, junto con las primeras cocinas marca "Ligmar". Con el propósito de organizar la producción, el envasado del gas y la capacitación del personal ecuatoriano, DOMOGAS, eligió a dos jóvenes expertos de su planta en Palermo, Italia, y les propuso viajar al Ecuador, Michele Florentino y T. Nino Salvatore,  aceptaron y se trasladaron por vía marítima hasta este punto de América, siendo destinados el uno a Quito y el otro a Guayaquil.

Testimonio del pionero
Cuenta el Dr. Nino Salvatore, que el día 19 de abril de 1957, después de trasbordar del vapor "Marcopolo", fondeando frente a la isla Puná a la lancha que lo conduciría a Guayaquil, se sintió sobrecogido por las extraordinarias dimensiones del río, a cuyas aguas se sumaron las de un aguacero torrencial por efecto del aguaje, las calles cercanas a la orilla estaban inundadas y al dejar el muelle fiscal, tuvo que hacer lo que otros viajeros: sacarse los zapatos y caminar descalzo hasta encontrar un tazi que lo quisiera llevar.

Le tocó operar en la planta" El Tigre", ubicada entre Ancón y Atahualpa, donde entrenó a los primeros obreros en sistemas manuales de envasado del gas, mientras ideaba la estrategia de apertura de mercados. La carga de gas costaba entonces 8,00 sucres el kilo (no subsidiado); los cilindros se alquilaban en 200,00 sucres anuales y no obstante las gangas que la empresa ofrecía, eran muy pocas las personas dispuestas a cambiar su cocina y a experimentar un sistema tan distinto.

Con una cocineta bajo el brazo y el cilindro al hombro, Salvatore recorría los barrios residenciales. Tocaba puertas para efectuar demostraciones de las bondades de este combustible. El primer mes vendió una cocina a la señora María Pía Guerrero de Varas. Luego fueron tres al mes y así sucesivamente, venciendo enormes resistencias.

Mas, si las amas de casa iban deponiendo prejuicios temores, las cocineras le declararon la guerra. Acostumbradas a dejar abierta la llave del quemador de kerosén, mientras buscaban el fósforo para encender la hornilla, aplicaban el mismo procedimiento a la cocina nueva, produciendo una pequeña explosión que las hacía huir despavoridas para caer de rodillas implorando a Dios la destrucción de este invento infernal que hasta apestaba a eructo del diablo. Preferían retornar al fogón, amenazando con dejar el trabajo si el italiano volvía por la casa.

Don Nino no se amilanó. Siguió cumpliendo instrucciones de la empresa y bastaron pocos años para convencernos de que el gas de uso doméstico era un verdadero elemento de progreso. Aligeraba y aliviaba notablemente las tareas domésticas; disminuía el deterioro ecológico y al extender su consumo hacia otros puntos del país, creaba muchas fuentes de trabajo entre envasadores, distribuidores, repartidores, etc., etc.

A pesar de tratarse de un combustible de alto riesgo, hemos aprendido a utilizarlo bien (salvo excepciones). Y no hay un punto del Ecuador, donde no se conozcan sus bondades. Cilindros, cocinas, hornos industriales, etc., se fabrican en nuestro país. De los dos italianos pioneros, Salvatore (que en los años de lucha se quedó sin pelo) fundó su propia empresa Duragas, con la que se hizo rico y continuó generando progreso, a través de plantas industriales para envasado del gas de Guayaquil, Quito, Esmeraldas, Manabí, El Oro y Loja. Manejando una bien concebida red de distribución a escala nacional, logró que nunca sufriéramos desabastecimientos ni retrasos... Años después, vendió la empresa y ahora vive de las rentas... Y pensar que hace 40 años todavía mucha gente no quería saber nada del gas... Curiosidad Infinita - Conocimiento y curiosidades - Curiosidad Infinita - Curiosidad Infinita

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