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martes, 13 de diciembre de 2011

Año viejo

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De todas las tradiciones que nos quedan, ninguna tan propia y original como nuestro querido Año Viejo. No sólo porque cautivos del sortilegio que dimana del fuego exterminador nos dejamos transportar hacia sus mágicos efectos, sino porque en la quema de ese monigote grotesco se encierra toda la simbología de un ritual ancestral, donde la muerte es vida y esperanza.

Así, mientras más duros y aciagos hayan resultado los últimos doce meses transcurridos, mayores serán las ansias de ver consumirse definitivamente al Viejo que los representa, para sentirnos después como aliviados de penas y preocupaciones y hasta cierto punto, purificados de todo pensamiento negativo que nos impida mirar con optimismo hacia el futuro.

Su origen y su marcada evolución
Esta costumbre que nos dejó explicada el Cronista Vitalicio Dr. Modesto Chávez Franvo en su obra "Crónicas del Guayaquil Antiguo" (II edición - Tomo I - pág. 358), arranca desde la época colonial con ciertas prácticas de carácter inquisitorial, impuestas por los religiosos españoles, "quienes solían fabricar unos muñecos grotescos llenos de paja, viruta, pólvora y cohetes -tal como los actuales Años Viejos- y colgados de sogas que atravesaban las plazas en los días de festividades religiosas, se les prendía fuego por la noche; meneándoles la soga para hacerles dar piruetas ante el deleite de la chiquillería y las buenas gentes del pueblo. Los "diablicos" eran otros muñecos de paja ensartados en largas varas, con los que corrían los pilluelos en torno a la plaza, causando peligro de incendio y repitiendo -según añade el cronista- una muletilla muy propia de esos tiempos, aunque a nuestro juicio resulte (a pesar de los siglos transcurridos) nada cristiana:
"Quémate judío
quémate hasta el hueso
que para tu crimen
poco es el infierno" (sic)
El paso de la fecha y su fijación definitiva en el último día del año, estaríamos situándola ya en el siglo XIX, tal como lo anotó el folklorólogo, cronista e investigador guayaquileño Rodrigo Chávez González (hijo de Chávez Franco), en una de sus reseñas periodísticas, al indicar que, cuando la epidemia de fiebre amarilla azotó cruelmente a los guayaquileños al finalizar el año de 1842, atendiendo a una medida sanitaria y para deshacerse de dolorosos recuerdos, éstos confeccionaron atados con prendas de vestir y objetos de sus deudos, no faltando quienes, siguiendo la costumbre anteriormente descrita, "quemasen al judío", todo lo cual se hizo el último día del año, a manera de simbólico holocausto para ahuyentar la peste fatal y la desesperanza.

Con el decurrir del tiempo, atado y monigote se volvieron uno solo. El pueblo se encargó del resto, repitiendo anualmente ese ceremonial y enriqueció la costumbre con la comparsa y el testamento, hasta volverla tradición. Curiosidad Infinita - Conocimiento y curiosidades - Curiosidad Infinita - Curiosidad Infinita

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