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jueves, 24 de noviembre de 2011

La Papirusa

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La conocí ya trajinada cuando el exceso de peso confería un bamboleo nada sensual al paso de su robusta anatomía. Estatura regular. Piel canela clara, pelo tirando a lacio, teñido de rubio circo para ocultar seguramente las canas prematuras y una sonrisa picaresca acompañando al saludo que a corta distancia hizo a mi padre.

-Esa es la famosa Papirusa- diría él, iniciando su lacónica respuesta en un tono que quiso ser solemne para satisfacer mi curiosidad de niña impertinente, pero que, lejos de ubicarme en la realidad, puso ribetes de leyenda en torno al personaje cuya imagen, como la de algunos otros protagonistas de aquel tiempo, se grabó en mi memoria infantil.

Más tarde, ya adulta intentando analizar también las desviaciones que van tipificando a las épocas y que es imposible ignorar, cuando se trata de la conducta social en todo su contexto, "La Papirusa" volvió a inquietarme y fue entonces cuando recurrí a informantes de primera mano, en busca de datos que, sin prejuicios ni perjuicios, les voy a transcribir.

Un sobrenombre especial
Criollita, garbosa, inocente y alegre, Hortencia Benavides, hija de una lavandera al servicio de la casa rica, en cuyo ámbito se crió adquiriendo modales delicados fue con toda seguridad .y como lo mandaba la vejatoria costumbre-, la prensa más cercana para el debut de los machitos de la familia. Crisálida estropeada, abrió sus alas de atractiva mariposa y decidió volar bien alto, para obligarlos a reverenciarla en el terreno que los sabía débiles y que ella había elegido para reinar.

Le precedían en tales afanes, "La caballo de paso" y su joven hija "La potranca", instaladas por la calle Quito, entonces considerada zona roja, desde que don Aquilino Martínez puso a funcionar los primeros cabarets (burdeles) o salas de baile de la ciudad. Inteligente y sagaz, Hortensia prefirió trabajar sola. Alquiló el departamento de la planta baja en el inmueble situado en la calle Francisco de Paula Ycaza, entre Boyacá y Escobedo, lo arregló con atractiva sencillez y empezó a ejercer discretamente.

No pasó mucho tiempo para que el lugar y su dueña se viesen frecuentados por lo más selecto (?) de la "masculinidad" porteña. Políticos, banqueros, profesionales, intelectuales, comerciantes, niños bien y niños mal, estudiantes universitarios, y hasta un ex-presidente de la República, aspiraban a sus favores, como si de ella dependiese el visto bueno para graduarse de hombres, autoconvencerse de sus capacidades y alardear de ser muy machos... casa afuera..., como imponían, las normas de masculinidad.

Conversadora, alegre sin ser vulgar, cariñosa, paciente y siempre discreta, atenta a cualquier hora (sólo con quienes ella escogía), Hortensia era una celebridad y así la recuerdan sus ex-clientes, uno de los cuales, seguramente cautivado por la voluptuosidad de sus encantos, le puso el sobrenombre de "Papirusa", voz del lunfardo argentino que decir: muchacha linda, con el que ella pasaría a la prosperidad.

Aunque existen otras versiones de su apodo, quedémonos con el anotado, para seguirla en su ruta de ascenso hacia el más alto escalón.

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Dueña y señora de su oficio, depositaría de íntimos secretos del grupo dominante, "La Papirusa" desafiaba la hipocresía del medio. Gustaba pasearse en carro descubierto por la avenida Nueve de octubre, siempre al atardecer mirando a quienes fingían no conocerla, para seguir aparentando ser novios o esposos fieles. Por ese tiempo había incorporado a "La Bicicleta", muchacha que la ayudaba, despuntando con mucho éxito. Y si consideramos que el dólar valía 10 sucres, la tarifa de 50 sucres que cobraba la señora, era una suma respetable.

En el apogeo de su fama, fue a parar a Vinces, enamorada de un millonario cacaotero que la cubrió de elegancias y le alegró el corazón, pero cuando consideró procedente, la despidió sin decirle gracias ni tampoco ayudarla a solventar su subsistencia. De vuelta a lo suyo, comenzó a pensar en el futuro e invirtió sus ahorros en la construcción de una casa, situada en las calles Coronel y Venezuela, donde más tarde albergó a sus protegidas y ya en el plano de empresaria ejecutiva, abrió los servicios del primer "Motel" de la ciudad, no identificado con tal nombre, pero sí con idéntico quehacer.

Afectada de cáncer y la próxima a morir, fue atendida por sus pupilas a quienes solía aconsejar repitiéndoles maternalmente:
-Hijas, guarden platita, que en cuanto envejecemos, los hombres ya no nos quieren pagar.


Se despidió de este mundo hace aproximadamente 40 años. Y si hoy pudiese abrir sus ojos, pensaría que resucitó en el lugar equivocado. Puesto que la misma sociedad se atrevió a señalarla con el dedo, registra índices de prostitución alarmantes desde las más elegantes esferas sociales hasta los más pobres estratos femeninos. Mientras que en los asuntos de los hombres, campea la confusión del "unisex", y muchos de esos que presumen ser machos re-machos, apenas se oculta el sol, se caminan con sus elegantes vehículos hacia la calle Primero de Mayo, en busca de mariposones y travestis que se exhiben con descaro, vestidos de mujeres por las noches, vendiéndoles sus favores en ese y otros barrios de Guayaquil.

...¿Qué te parece, Papirusa?

tomado del libro Del tiempo de la yapa, aut. Jenny Estrada

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Hay 1 Comentario, ¿Dejas el tuyo? :)

Anónimo dijo...

excelente articulo. felicitaciones

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