El Hojalatero
Éste no venía a las casas por que tenía puesto fijo. Su oficio lo practicaba por tradición y eso significaba que había que ir a buscarlo donde el gremio tenía sus asientos.
Las hojalaterías de la ciudad quedaban por la calle de Villamil que hoy cubre el congestionado sector de las bahías, existiendo otros notables talleres en la calle Chimborazo al salir a avenida Olmedo y por la calle Francisco García Avilés.
En ellas se fabricaban cedazos y rallos, regaderas para el jardín, baldes galvanizados, las tinas que reemplazaron a las tradicionales confeccionadas de pechiche, los candiles, los faroles, los moldes para las tortas, las boquillas para los decoradores de las reposteras que estos hábiles artesanos trabajaban sobre pedido, complaciendo los gustos más exigentes. Y juguetes que pintaban con colores chillones para sacar a la venta en Navidad.
Con la importación de artículos de acero inoxidable, el quehacer del hojalatero fue perdiendo valor, terminando por considerarse anacrónico al entrar en producción las primeras fábricas de plástico termoformado y plástico rígido. Los maestros abandonaron el oficio y esas hojalaterías cerraron al promediar la década de los años 60. Su ruidosa presencia ni siquiera fue extrañada por los vecinos del barrio. Nadie en la ciudad les dijo gracias, a quienes tanto nos sirvieron. Curiosidad Infinita - Conocimiento y curiosidades - -
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