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domingo, 23 de octubre de 2011

El placer de regalar

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Quien diga que no le gusta recibir regalos está faltando a la verdad. Y quien mifieste que nunca los ha hecho, incumple con la sinceridad. Pues, el gesto de escoger y ofrecer un presente, es la forma elemental de halagar a alguien que consideramos especial depositario de nuestro afecto, simpatía, admiración, amistad o gratitud.

Esta práctica que hasta entre los representantes del reino animal tiene sus manifestaciones muy hermosas, va perdiendo significación y sutileza cuando sus verdaderas motivaciones se confunden para pasar a constituirse en una absurda lid de cifras impersonales, sujetas a tarifas de cuotas que nuevas normas sociales han impuesto como distintivo de mal gusto entre nosotros.

Regalos para la santa
Para los santos o cumpleañeros, aparecían tempranito los ahijados, abrazando una gallina o un pato gordo, adornados con lazos de cinta roja en el pescuezo. Luego las tías mayorcitas con sus cajitas de pañuelos suizos y sus tapetes tejidos a crochet. Las abuelitas con cortes de tela, zapatos de charol o cadenitas de oro y medalla, acompañadas del cariñoso mensaje manuscrito. Más tarde, los amigos y demás familiares con sus presentes igualmente seleccionados de acuerdo a sus ingresos y a lo que intuían de nuestro agrado y de utilidad personal.

Los regalos, que solo se tanteaban y agradecían de todo corazón, no se abrían frente a la concurrencia sino al término de la reunión, resultando por lo regular beneficiados con un surtido de jabones de olor, colonias, talcos, que duraban para todo el año; así como otros objetos, por ejemplo abanicos, prendedores, aretes, etc., que con mucha emoción desempaquetábamos, para disponernos a lucir.

Regalos de enamorados
Bombones Perugina, cajitas de música, discos de Frank Sinatra y Doris Day, libros de poesía de Amado Nervo y Rubén Dario, eran -entre otros- los primeros regalos de enamorados que, según se intensificaban los sentimientos iban subiendo de categoría hacia colonia Yardley del Bazar Mickey y perfumes de Guerlain del Bazar Suizo o de Chanel importado por Gallardo.

Posteriormente venía el estuche de las alhajas: media caña de oro con monograma, aretes de zafiro azul, colgante de corazón atravesado, con iniciales grabadas al reverso para ellas. Broches de camisa, prendedores de corbata y medallita de la Virgen con monograma, para ellos. Todo lo cual, en caso de rompimiento, era devuelto con carta final y sin espera de respuesta, so pena de incurrir en falta de delicadeza y aprovechamiento indebido de las prendas.

Regalos de matrimonio
Para los matrimonios, que generalmente se celebraban en las casa, se arreglaba un cuarto destinado a la exhibición de obsequios que empezaban a llegar dos o tres días antes del evento. Planchas, juegos de té y de café en porcelana, floreros y ceniceros de cristal, bandejas, fuentes, lámparas, vasos y más artículos para el hogar. De todo, repetido y por medias docenas, en elegantes y aparatosos estuches forrados de raso y con su respectiva tarjeta de identificación.

Los únicos que regalaban dinero eran los padres de ambos novios y esos cheques se colocaban en una vitrina junto a las joyas obsequiadas por los padrinos y testigos. Claro que en veces las cifras que despertaban admiración, eran de fugaz vigencia. Pues terminada la fiesta, los cheques se cambiaban por el valor real que retiraban los novios a su retorno del viaje de bodas, cuando tenían que vérselas con el cargamento de las cajas que copaban toda una habitación y la selección de los objetos repetidos, muchos de los cuales servían, felizmente, para cumplir compromisos futuros, de los próximos tres años por lo menos.

De prácticos a limosneros
Obrando quizá con sentido práctico, la costumbre de hacer regalos individuales para las bodas fue cambiándose por la del regalo colectivo al que podíamos sumarnos sin imposición de cantidades determinadas. Y de este procedimiento, cierta gente carente de calidad y de buen gusto, derivó hacia el manejo de las cuotas con tarifas que hoy constituyen duros sablazos aplicados a quienes son capaces de vender el alma al diablo con tal de verse incluidos entre los invitados de baby showers, despedidas de soltería, matrimonios en el "Club (léase de la Unión)" o cumpleaños, donde comedidas limosneras, llegando el momento, estelarizan su mal gusto, pasando un sobrecito que circula de mano en mano, para recoger los cheques y billetes que entregarán a la anfitriona, como si estuviesen cancelándole el valor de atenciones que ésta se ha esmerado en ofrecer.

Quienes hacen eso que llaman "activa vida social", saben que se estila añadir el número de la cuenta bancaria en invitaciones a los matrimonios, para que los valores en contante y sonante sean depositados a nombre de los novios. Será por esto que como desquite los invitados cargan con los adornos de las mesas, las velas, los pedazos de mantel, las botellas de licot, los grandes trozos de torta y salen criticando después de atacar como langostas el servicio del bufet.

¡... Ah, Guayaquil de mis nostalgias!... A veces pienso que te idealizo demasiado, recordando aquellos tiempos en los que un detalle pequeño, un abrazo sincero, llenaba de gozo al corazón, enseñando a apreciar los verdaderos valores, dentro de los cuales, la individualidad y la libertad de comportarnos como seres auténticos jamás cedieron paso a la esclavizante presión de aparentar, por la que hoy tanta gente ostentosa vive enfermándose de estrés.

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