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domingo, 7 de agosto de 2011

Nuestras pequeñas alegrias


¿Se han fijado atentamente en los juegos de sus niños?... ¿Tienen verdadera noción de las motivaciones que en ellos producen alegría?... ¿Saben quiénes están influyendo actualmente su carácter, sus inclinaciones, sus sueños, la selección de sus amigos favoritos?...

Mientras reflexionan sobre el particular, compartan algunas de las que fueron nuestras pequeñas alegrías, en el tiempo no tan antiguo, tampoco tan perfecto como hubiéramos querido, pero sí menos violento y destructivo que el actual.

Encantos del Malecón

Ese ir y venir de viandantes por la orilla, saliendo a tomar "el fresco de don Silverio" y rematando la noche con mangos y chirimoyas a la altura de la avenida Olmedo, fue únicamente referencia que escuchábamos a nuestros padres y abuelos.



Nosotros alcanzamos las carretillas, la actividad de los muelles, y estas otras maravillas que afloran al pulsar la tecla que activa frecuentemente los recuerdos.




Íbamos de paseo los sábados o domingos por la mañana. A observar los preparativos de las regatas del Yacht Club. A tomarnos fotos sobre el jabalí de los chinos y llegando a la altura del monumento que perenniza el encuentro de los Libertadores, corríamos a situarnos uno a cada extremo del hemiciclo por la parte interior de la rotonda, para hablar por el teléfono de Bolívar y San Martín confiándonos secretitos que solo conocían nuestros héroes, gracias a un efecto acústico que hasta hoy se mantiene inalterable, como cualquiera lo puede comprobar.

El rielar de las estrellas y la luna reflejándose en el río, ponían pinceladas de plata en la imaginación durante las noches claras del verano, cuando nos sacaban a pasear en carro y cualquiera de nosotros se sentía conquistador de ignotos parajes siderales, por lo que hoy se aventuran modernos astronautas en sus complejas naves espaciales.




Más, nada mejor que ir a la fuente luminosa instalada a la altura de la calle Aguirre, donde nos juntábamos todos los chiquillos para acercarnos a mirar sus chorros de colores que el viento descomponía en minúsculas partículas, dejándonos la sensación de recibir el mágico rocío de un arco iris sobre el rostro. A cada impulso regular del mecanismo, la alegría estallaba en jubilosa exclamación llenando el ambiente de sanas risas infantiles. Y mientras nuestros padres conversaban, cretendo que nadie nos veía, sacábamos frasquitos de los bolsillos para llevarnos un poco del color rosa a casa, con el deseo inocente de dormir acariciando esa ilusión.

Los juegos en el portal
Al caer la tarde, después de hacer las tareas escolares, saliamos a jugar en los portales, fraternizando con otros niños de bario. Los más chicos a las rondas del mantantiru-tirulán, al paso de la rueca, a la reina coja o a la carbonerita.



Los medianos a la candela, a la pega con vida y al gato ladrón. Divididos en equipos, correteábamos de un estante a otro. Chillábamos y gritábamos haciendo barra. Caíamos y nos levantábamos por las mismas, revolcados y sudando tinta china, pero felices hasta la hora de entrar a bañarnos y alistarnos para la merienda que coronaba el tazón de colada con rosquitas.

Can de Suiza (Candy suizo?)
Terminada la sobremesa, como calculando el momento preciso, nos asomábamos a las ventanas tratando de avistar la linternita del vendedor de "can de Suiza" y cuando ya lo veíamos caminando por la cuadra, íbamos en busca de nuestros ahorros, abriendo la panza de los chanchos alcancía, engordados semanalmente con monedas de medios, reales y pesetas, dejados por los abuelos. Bajábamos al zaguán y saludando a ese amigo entrañable, le pedíamos un chance de ruleta, para probar suerte, obteniendo talvez otra porción del rico turrón duro que partía con su hacha pequeñita en pedazos pluscuamperfectos, despachados con sonrisa y frases de buen humor.




El circo y los payasos

No había regalo más hermoso que la llegada de los circos acontecimiento que se producía para las fiestas de octubre, anunciándose con un desfile del elenco a través de nuestras calles principales. La tarde del estreno nos preparábamos con esmero. Todos a hacer aguas antes de salir para la Piscina Olímpica qie era el sitio donde acostumbraban ubicarse. Ansiosos y tomados de la mano para no perdernos, entrábamos bajo la carpa como quien pisa un santuario. Y cada movimiento de los cirqueros templando las cuerdas y cada chirrido de polea eran motivos de renovada expectativa.

Una banda mal ensayada, que a nuestros oídos sonaba con categoría de orquesta sinfónica, daba inicio a la función. Primero el desfile del elenco. Luego, malabaristas, contorsionistas, equilibristas, domadores, magos, tiradores, todos eran parte de un espectáculo grandioso del que disfrutábamos intensamente y con muchisima emoción. Aunque fueron audaces trapecistas quienes nos llevaron al éxtasis supremo, dejandonos convencidos de que habíamos nacido -como ellos- para ejercer esa profesión. Lo que al volver a casa, improvisando escenarios y dándonos porrazos intentábamos probar.

Circos van, circos vienen, todos crecimos y cambiamos. Somos lo que quisimos o lo que el destino y las circunstancias nos olbligaron a ser. Pero en el alma mantenemos el recuerdo de esas pequeñas alegrías que nos permiten de vez en cuando comparar nuestras costumbres con las de la actualidad, para considerarnos afortunados por una infancia, reprimida en muchos aspectos, pero nunca alimentada con cargas de violencia y de negatividad.
Tomado del libro "Del tiempo de la yapa" 5ta Edición Autora Jenny Estrada

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Hay 4 Comentarios, ¿Dejas el tuyo? :)

Anónimo dijo...

x( no encontre la informacion que yo buscaba pero gracias igualmente

Anónimo dijo...

estoy de acuerdo no se encuentra la informacion que yo buscaba:c

Anónimo dijo...

jubilosa exclamación llenando el ambiente de sanas risas infantiles. Y mientras nuestros padres conversaban, cretendo que nadie nos veía, sacábamos frasquitos de los bolsillos para llevarnos un poco del color rosa a casa, con el deseo inocente de dormir acariciando esa ilusión.




Los juegos en el portal
Al caer la tarde, después de hacer las tareas escolares, saliamos a jugar en los portales, fraternizando con otros niños de bario. Los más chicos a las rondas del mantantiru-tirulán, al paso de la rueca, a la reina coja o a la carbonerita.




Los medianos a la candela, a la pega con vida y al gato ladrón. Divididos en equipos, correteábamos de un estante a otro. Chillábamos y gritábamos haciendo barra. Caíamos y nos levantábamos por las mismas, revolcados y sudando tinta china, pero felices hasta la hora de entrar a bañarnos y alistarnos para la merienda que coronaba el tazón de colada con rosquitas.




Can de Suiza (Candy suizo?)
Terminada la sobremesa, como calculando el momento preciso, nos asomábamos a las ventanas tratando de avistar la linternita del vendedor de "can de Suiza" y cuando ya lo veíamos caminando por la cuadra, íbamos en busca de nuestros ahorros, abriendo la panza de los chanchos alcancía, engordados semanalmente con monedas de medios, reales y pesetas, dejados por los abuelos. Bajábamos al zaguán y saludando a ese amigo entrañable, le pedíamos un chance de ruleta, para probar suerte, obteniendo talvez otra porción del rico turrón duro que partía con su hacha pequeñita en pedazos pluscuamperfectos, despachados con sonrisa y frases de buen humor.







El circo y los payasos

No había regalo más hermoso que la llegada de los circos acontecimiento que se producía para las fiestas de octubre, anunciándose con un desfile del elenco a través de nuestras calles principales. La tarde del estreno nos preparábamos con esmero. Todos a hacer aguas antes de salir para la Piscina Olímpica qie era el sitio donde acostumbraban ubicarse. Ansiosos y tomados de la mano para no perdernos, entrábamos bajo la carpa como quien pisa un santuario. Y cada movimiento de los cirqueros templando las cuerdas y cada chirrido de polea eran motivos de renovada expectativa.



Una banda mal ensayada, que a nuestros oídos sonaba con categoría de orquesta sinfónica, daba inicio a la función. Primero el desfile del elenco. Luego, malabaristas, contorsionistas, equilibristas, domadores, magos, tiradores, todos eran parte de un espectáculo grandioso del que disfrutábamos intensamente y con muchisima emoción. Aunque fueron audaces trapecistas quienes nos llevaron al éxtasis supremo, dejandonos convencidos de que habíamos nacido -como ellos- para ejercer esa profesión. Lo que al volver a casa, improvisando escenarios y dándonos porrazos intentábamos probar.

Circos van, circos vienen, todos crecimos y cambiamos. Somos lo que quisimos o lo que el destino y las circunstancias nos olbligaron a ser. Pero en el alma mantenemos el recuerdo de esas pequeñas alegrías que nos permiten de vez en cuando comparar nuestras costumbres con las de la actualidad, para considerarnos afortunados por una infancia, reprimida en muchos aspectos, pero nunca alimentada con cargas de violencia y de negatividad.
Tomado del libro "Del tiempo de la yapa" 5ta Edición Autora Jenny Estrada

No olvides de compartir tu historia

Anónimo dijo...



Publicado por CristJian Cordero Loor el domingo, 7 de agosto de 2011 hora:14:22





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¿Se han fijado atentamente en los juegos de sus niños?... ¿Tienen verdadera noción de las motivaciones que en ellos producen alegría?... ¿Saben quiénes están influyendo actualmente su carácter, sus inclinaciones, sus sueños, la selección de sus amigos favoritos?...




Mientras reflexionan sobre el particular, compartan algunas de las que fueron nuestras pequeñas alegrías, en el tiempo no tan antiguo, tampoco tan perfecto como hubiéramos querido, pero sí menos violento y destructivo que el actual.




Encantos del Malecón



Ese ir y venir de viandantes por la orilla, saliendo a tomar "el fresco de don Silverio" y rematando la noche con mangos y chirimoyas a la altura de la avenida Olmedo, fue únicamente referencia que escuchábamos a nuestros padres y abuelos.




Nosotros alcanzamos las carretillas, la actividad de los muelles, y estas otras maravillas que afloran al pulsar la tecla que activa frecuentemente los recuerdos.









Íbamos de paseo los sábados o domingos por la mañana. A observar los preparativos de las regatas del Yacht Club. A tomarnos fotos sobre el jabalí de los chinos y llegando a la altura del monumento que perenniza el encuentro de los Libertadores, corríamos a situarnos uno a cada extremo del hemiciclo por la parte interior de la rotonda, para hablar por el teléfono de Bolívar y San Martín confiándonos secretitos que solo conocían nuestros héroes, gracias a un efecto acústico que hasta hoy se mantiene inalterable, como cualquiera lo puede comprobar.



El rielar de las estrellas y la luna reflejándose en el río, ponían pinceladas de plata en la imaginación durante las noches claras del verano, cuando nos sacaban a pasear en carro y cualquiera de nosotros se sentía conquistador de ignotos parajes siderales, por lo que hoy se aventuran modernos astronautas en sus complejas naves espaciales.







Más, nada mejor que ir a la fuente luminosa instalada a la altura de la calle Aguirre, donde nos juntábamos todos los chiquillos para acercarnos a mirar sus chorros de colores que el viento descomponía en minúsculas partículas, dejándonos la sensación de recibir el mágico rocío de un arco iris sobre el rostro. A cada impulso regular del mecanismo, la alegría estallaba en jubilosa exclamación llenando el ambiente de sanas risas infantiles. Y mientras nuestros padres conversaban, cretendo que nadie nos veía, sacábamos frasquitos de los bolsillos para llevarnos un poco del color rosa a casa, con el deseo inocente de dormir acariciando esa ilusión.




Los juegos en el portal
Al caer la tarde, después de hacer las tareas escolares, saliamos a jugar en los portales, fraternizando con otros niños de bario. Los más chicos a las rondas del mantantiru-tirulán, al paso de la rueca, a la reina coja o a la carbonerita.




Los medianos a la candela, a la pega con vida y al gato ladrón. Divididos en equipos, correteábamos de un estante a otro. Chillábamos y gritábamos haciendo barra. Caíamos y nos levantábamos por las mismas, revolcados y sudando tinta china, pero felices hasta la hora de entrar a bañarnos y alistarnos para la merienda que coronaba el tazón de colada con rosquitas.




Can de Suiza (Candy suizo?)

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