Una crónica de deportes, publicada en la revista dominical Semana Gráfica (diciembre de 1931) da cuenta del entusiasmo con que la juventud femenina guayaquileña practicaba por aquel tiempo el automovilismo en la ciudad, y especialmente en los balnearios. La nómina de damas y damitas de nuestros más altos círculos sociales pasaba de 20, aunque el autor revela que manejar constituía tan solo un entretenimiento para las mujeres, ya que quienes conducían oficialmente los vehículos - que entonces no eran mas de 250 y arrancaban accionando la manivela- eran los propietarios o los choferes al servicio particular de las familias.
Más adelante el número de vehículos aumentó notablemente, engrosando el gremio de los choferes profesionales, quienes para acceder a tal oficio tenían que prepararse debidamente a fin de rendir el riguroso examen previo a la obtención de un brevet otorgado primero por la intendencia de Policía, luego por el Sindicato de Choferes y posteriormente por la Comisión de Tránsito del Guayas, fundada el año 1948.
Más adelante el número de vehículos aumentó notablemente, engrosando el gremio de los choferes profesionales, quienes para acceder a tal oficio tenían que prepararse debidamente a fin de rendir el riguroso examen previo a la obtención de un brevet otorgado primero por la intendencia de Policía, luego por el Sindicato de Choferes y posteriormente por la Comisión de Tránsito del Guayas, fundada el año 1948.
Portando el primer permiso salían los novicios a realizar las prácticas por el solitario camino al aeropuerto, por las inmediaciones del Jockey Club (actual Centro Cívico) o por las calles apartadas de la ciudad; y cuando ya se consideraban competentes, solicitaban el segundo permiso y acompañados de un chofer profesional -como mandaba el reglamento- avanzaban lentamente hacia el centro de la urbe, donde el tráfico era más intenso, pero ni remotamente parecido al actual.
Entonces, aferrados como pulpos al timón y con la vista fija al frente, efectuaban las maniobras sin atreverse a pisar muy duro el acelerador para no pasarse de los 20 o 30 km. de velocidad permitida, lo que daba la impresión de que iban como durmiéndose en el volante.
Los demás conductores les pitaban para ponerlos nerviosos y al rebasarlos les lanzaban el famoso grito de "camarón", seguramente comparándolos con aquel crustáceo que cuando se duerme se lo lleva la corriente, cosa que indignaba a cualquiera, despertando su amor propio y motivando el deseo de superación para no hacer "camaronadas", que era como se denominaba a los errores propios de cualquier inexperto aprendiz.
Los demás conductores les pitaban para ponerlos nerviosos y al rebasarlos les lanzaban el famoso grito de "camarón", seguramente comparándolos con aquel crustáceo que cuando se duerme se lo lleva la corriente, cosa que indignaba a cualquiera, despertando su amor propio y motivando el deseo de superación para no hacer "camaronadas", que era como se denominaba a los errores propios de cualquier inexperto aprendiz.
Si lo relatado ocurría entre varones, imagínense mis jóvenes lectores lo que tuvieron que sufrir las primeras mujeres que dejando de lado la novelería aspiraron en serio a ser choferes calificados, en una época en que el solo hecho de intentar demostrar capacidad en asuntos que no fuesen los de incumbencia netamente doméstica, se consideraba una invasión al territorio de los roles masculinos.
A fines de la década de los 40 y todavía al comienzo de los años 50, ver una mujer manejando en Guayaquil, era algo tan raro como verla vistiendo pantalones. Josegina Carmigniani Marriot, Blanca Larrea Cucalón, Adalgisa Descalzi de Tabacchi, Rosita Aspiazu, Olga de Estrada y unas pocas más, fueron de las valientes que por esos años se brevetaron oficialmente en el Sindicato como choferes "sportman" (deportistas), única categoría que les era adjudicada. Y recuerdo que cuando salíamos en nuestro anciano Ford negro, el grito de "camarona", que le dedicaban a mi madre, nos acompañaba durante todo el trayecto, así como las burlas de los machísimos choferes de carros de plaza y de buses, que por asustar a la flamante colega le lanzaban el carro, obligandola a efectuar maniobras forzadas para no treparse a los parterres ni cometer infracciones.
Ford Clásico
El sistema de señalización automática con luces no existía en los vehículos, la ciudad carecía de semaforización. De manera que las señales debían hacerse manualmente, tanto por parte de los primeros vigilantes apostados en las principales intersecciones de las calles, como por cuenta de los choferes, sacando el brazo por la ventanilla.
Para girar a la derecha: brazo doblado en ángulo recto hacia arriba. Para girar a la izquierda: brazo extendido horizontalmente. Para frenar: brazo colgado hacia abajo.
Cumpliendo rigurosamente esas y otras normas y sin perder un ápice de su feminidad, ellas llegaron a dominar el oficio con tanta destreza como los varones, a quienes costaba mucho esfuerzo admitirlo. Pero a la menor falta los machistas les gritaban: ¡¡mujer tenías que ser!!! Ándate a tu casa, machona; ¡¡mujer al volante, peligro rodante!!! a cocinar camarona.
Pocos eran los comprensivos que aplaudían su habilidad. El resto las criticaba duramente.
Vino a abonar a su favor el primer raid automovilístico sudamericano que por tales años se corrió desde Buenos Aires a Caracas y en el cual participaban los hermanos Juan y Óscar Gálvez, el entonces joven corredor argentino Juan Manuel Fangio, que después llegó a ser varias veces campeón mundial; el piloto Marimón y una célebre conductora venezolana de robusta contextura, a quien apodaban "Doña Bárbara", que en igualdad de condiciones cumplía exitosas jornadas a lo largo del trayecto, conquistando aplausos de los pueblos y la prensa.
A partir de su paso por nuestro puerto, las suegras que aconsejaban no dar el volante a las nueras y los varones que sentían menguada su hombría al embarcarse en un carro conducido por manos femeninas, tuvieron que ir bajando la guardia hasta llegar a comprender que el mundo evolucionaba, permitiendo a la mujer el desarrollo de todo su potencial intelectivo y la ampliación de su rol dentro de las sociedades contemporáneas. Hacia los años 50 las camaronas se multiplicaron en ésta y otras ciudades del país. Antes de eso, la bella Pepita Carmigniani, se había inscrito para ser nuestra primera corredora, participando con mucha voluntad en una lid nacional y eso ayudó a seguir debilitando mitos.
Lástima que los archivos del Sindicato de Choferes del Guayas se hayan destruido y que la Comisión de Tránsito no conserve ciertos documentos de sus primeros tiempos, por que me hubiera gustado publicar la nómina completa de esas arrojadas pioneras del volante, para eternizarlas en una placa que nos recuerde a quien debemos la conquista de la que hoy gozan millares de mujeres.
Tomado del libro "Del tiempo de la yapa" 5ta Edición Autora Jenny Estrada
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Hay 2 Comentarios, ¿Dejas el tuyo? :)
!!camaronasssssssssssssssssssssssssss!
no soi robot
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