Una manera de invitar a celebrar su onomástico, por parte las personas mayores, era la mención de la chicha de la santa, bebida que solía prepararse en casi todas las casas guayaquileñas, para brindarse de manera preferencial en los cumpleaños.
La harina de maíz bien cernida y desaguada, se echaba a una inmensa olla donde hervía el agua con naranjillas, canela y azúcar y se dejaba cocinar a fuego lento, procurando mantenerla en consistencia liviana, para que cumpla su cometido de refresco. Cuando finalizaba la cocción y el líquido estaba frio, se lo cernía tres veces en cedazo de cerda, para ponerlo en grandes recipientes de barro o de fierro enlozado, donde reposaba entre 24 y 48 horas a la sombra, a fin de que "coja punta", es decir un ligero grado de fermentación, de acuerdo al gusto de la casa.
Las vísperasLos ajetreos del santo comenzaban desde el día anterior, con la compra del pavo por los alrededores del mercado Sur o por la calle Pedro Moncayo, pagando 100 sucres por los puros criollos de lustroso plumaje, seleccionados a pulso y luego de bien tanteada la pechuga.
El pavo jumo estiraba la pata esa misma tarde, a efectos del degüello, para aprovechar su sangre en la sabrosa chanfaina con cebollita picada. Y la nietada en pleno, se quedaba ayudando a batir suspiros y a picar papel cometa para envolver los huevos de faltriquera.
El día preciso, se colocaban dalias, espléndidas y frescas en los jarrones y sacándole brillo al piso, a punta de cera y franela, las empleadas con las faldas arremangadas, se deslizaban cantando de tabla en tabla. Por la tarde nos tocaba picar elevadas colinas de legumbres para la infaltable ensalada rusa y en el momento justo en que el relleno del pavo necesitaba de la mano maestra de la mamá, se aparecían los ahijaditos, portando bajo el brazo la gallina con lazo rojo amarrado en el pescuezo.
Cariñosos y acicalados, oliendo a brillantina, se quedaban instalados, mirando las evoluciones de la madrina que afanosa improvisaba platitos de todo un poco, más la tonga socorrida que entregaba a la comadre.
El festejo se iniciaba a golpe de 7:30 y 8:00 de la noche, precisamente con el brindis de la clásica chicha bien helada, que las abuelas disfrutaban con delectación, mientas la sala se iba llenando de familiares, compadres y amigos íntimos, deseosos de exteriorizar sus parabienes. Los regalos se recibían con entusiasmo guardándose en el dormitorio, para abrirlos al final de la reunión.
Circulaban el coñac Martell (ninguno como él), el perfecto amor, el anís del mono, el pernorr francés, además del rompope casero y del vinito de consagrar para las damas, que no acostumbraban ingerir bebidas fuertes. Aplausos, risa, música, baile. Declamaciones y vivas a la santa, menudeaban en las alegres reuniones en las que la mesa se servía a eso de las 10 pm, disfrutando grandes y chicos del pavo ahornado con relleno, ensalada, hayacas de gallina, tallarines, arroz con pollo. Grandes quesos de leche, carlota rusa, gelatinas de coco.
Así eran esos cumpleaños donde en vez del "happy birthday" en inglés, nosotros entonábamos un antiguo vals criollo, que en la nuestra -como en otras casas de familias porteñas- fue legándose de padres a hijos, para corearlo en el momento de cortar pastel...
IPor ser el día de tu santote vengo a felicitarque pases un feliz díaes lo que te puedo desear...
CoroY una lágrima y una lágrimay una lágrima pura de amor...
IIHan recorrido los camposSan Pedro y Santa Lucíabuscando flores de mayopara coronarte hoy día
CoroY una lágrima y una lágrimay una lágrima pura de amor...
Cuando nos tocó el momento de organizar nuestras propias reuniones y años después las fiestas de nuestros hijos, la chicha de la santa había dejado de prepararse y brindarse, pero conservábamos la idea de que el festejar un onomástico debía constituir un motivo de felicidad compartida con amigos y parientes.
Quizás por ello nos resulte más que chocante, preocupante, la moda de artificiosa dependencia, actualmente impuesta en tales celebraciones donde la espontaneidad y extroversión va degenerando en excesos juveniles francamente inexplicables, como ese de hundir la cabeza de "la santa" en el pastel, dejando a la pobre cumpleañera transformada en un solemne mamarracho. O flagelar "al santo varón" con tantos latigazos cuantos esté cumpliendo, para diversión de los amigos, convertidos en verdugos que bebiendo como cosacos, se solazan procurando hacer sufrir a un infeliz...
Si tal cambio de costumbres a algunos de nosotros nos causa tanto impacto, de seguro a las abuelas les provocaría un patatús. Pues entre la chicha de la santa y un santo al que los invitados hacen chicha, sólo han mediado pocas décadas en las que todo el mundo parece haberse vuelto al revés.
tomado del libro "Cronicas costumbristas del tiempo de la yapa" 5ta edicion.
Espero que les haya gustado y manténganse atentos a la próxima publicación
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Saludos
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:)
:A
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Tenía entendido que la música y las costumbres de la chicha de la santa eran de la sierra ecuatoriana
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