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domingo, 31 de julio de 2011

La vida estudiantil

Haciendo remembranza de la etapa estudiantil, vamos a dirigirnos a los niños y jóvenes que se quejan de las horas que deben pasar en las diarias jornadas de sus escuelas y colegios. A los maestros que incumplen los horarios. A las madres de familia que se atolondran cuando sus hijos retornan por la tarde; contándoles cuales eran las disposiciones ministeriales que regían para todos los planteles, y de que modo el tiempo de aquel tiempo, se repartía dentro y fuera de las aulas, a fin de darle a cada hora su valor y a cada día su completo significado.
Clases de lunes a sábado.
Para empezar, la semana escolar se contaba de lunes a sábado y en doble jornada, excepto los miércoles y los sábados que había asueto por las tardes. La hora de ingreso a los establecimientos era 07h30. Los estudiantes de colegios católicos asistíamos a misa diaria obligatoria. Iniciándose la primera hora de clases a las 08h00. Y a las 10h00, terminada la segunda hora, salíamos al recreo que duraba 25 minutos.

Tiempo de calentar lecciones o completar deberes mientras comíamos un sánduche de palanqueta con mortadela o de queso con mantequilla, el mismo que envuelto en papel de despacho, llevábamos como "tente en pie" para la media mañana. La palabra lonchera no figuraba en nuestro léxico. Las fundas plásticas no se conocían todavía. Las mochilas solo las portaban los soldados y los boy scouts. De modo que en nuestra maleta de útiles escolades debíamos saber colocar los textos y cuadernos a prudente distancia del bocado que por efectos de la sabrosa mantequilla natural, podían impregnarse de grasa, quedando en condiciones lamentables.

Los lunes, con el dinero recaudado en las visitas de los abuelos, encargábamos a las compañeras fortachonas o intentábamos personalmente las compras de una cola, un chumbeque, un alfajor, un tango o una tableta de chocolate La Universal, en la tienda del colegio, donde todos los reglamentos y buenas maneras quedaban de lado, imponiéndose la ley del más fuerte para hacerse despachar de la sudorosa gorda Mechita o de la flaca Margarita, que nunca anotaba deudas, pero sabía de memoria cuánto le debíamos desde la semana anterior.


Las clases de la mañana concluían a las 11h30 para la primaria y a las 12h00 para la secundaria. Todos marchábamos a casa, por que a mediodía se reunía la familia completa. Las oficinas, bancos, entidades estatales, etc., también seguían el régimen de doble jornada. Entonces, padre, madre e hijos, manteníamos el contacto afectivo, dialogábamos, bromeábamos, discutíamos e intercambiábamos impresiones; en veces peleábamos, pero nos sentíamos integrados. Y después del almuerzo, casi sin espacio de descanso, volvíamos al colegio para cumplir la jornada vespertina con recreo intermedio. Desde las 14h30 (2 y 30 pm) hasta las 17h00 (5 pm).

Internos y seminternos


Muchos estudiantes cuyos padres residían en las haciendas o en diferentes ciudades de ésta y otras provincias, dejaban a sus hijos e hijas internos, preferentemente al cuidado de monjas o de curas en establecimientos educativos católicos; existiendo también los internados en algunos colegios laicos de la urbe. Las visitas familiares eran bastante espaciadas y por ello, los internos e internas salían a pasear en grupos siempre acompañados de un maestro o maestra responsable, los días domingos.

Para padres a quienes la distancia del colegio a la casa significaba dificultad por ausencia de transportes escolares o particulares, el régimen de media pensión constituía la solución ideal y quedaban almorzando en el colegio los alumnos seminternos a quienes veíamos engordar notoriamente. Según decían las malas lenguas, no por el patache precisamente abundante, sino por una sustancia que las monjas dizque añadían a las ollas (¡mejor en eso no me meto!).


Las tareas y los juegos
Después de llegar a casa, un baño refrescante, la colada y una fruta. Enseguida los deberes. Todos sentados al rededor de la mesa del comedor y la madre revisando leccionarios.
-Ya terminé los deberes. 
 -Sí, pero te faltan dos lecciones.
Y solamente el que cumplía a cabalidad tenía derecho a los juegos. Aunque también se complementaba nuestra formación integral con el cultivo del arte y del deporte. A las chicas que tenían predisposición las matriculaban en las academias de ballet de Inge Bruckman o de Kitty Sakylarides y en la de danzas españolas de Janet Vivar. Los muchachos practicaban básquetbol, voleybol, atletismo, judo, natación. Otros grupos mixtos concurrían a clases particulares de idiomas. Muchos nos iniciábamos simultáneamente en el estudio de la música como alumnos de cursos regulares en el Conservatorio Nacional Antonio Neumane, lo que demandaba un esfuerzo paralelo casi diario.


El tiempo alcanzaba para todo. Hasta el año 1957 en que se suprimieron las clases de los días sábados. Finalizando la década de los 60, entró en vigencia la jornada única, copiada de otras sociedades altamente industrializadas donde venía rindiendo óptimos frutos en términos de producción. La vida familiar comenzó a modificarse y cada cual a almorzar a horas diferentes. El comportamiento estudiantil, por éste y otros factores, varió radicalmente. Padres, hijos y maestros, todos desperdigados sin tiempo para nada... ¿Qué porcentaje de culpa tendrá esos cambios aplicados entonces a una sociedad como la nuestra?...
Tomado del libro "Del tiempo de la yapa" 5ta Edición Autora Jenny Estrada

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Hay 2 Comentarios, ¿Dejas el tuyo? :)

Anónimo dijo...

me gusta el ultimo dibujo jajajajajaja:)

Anónimo dijo...

me gusta el ultimo dibujo jajajajajaja:)

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