Publicado por CristJian el miércoles, 20 de julio de 2011 hora:23:22
Distribuidos por el amplio perímetro descrito en crónicas anteriores, las casas viejas queidas, que se fueron como el tango y los tranvías, tenían muebles de fino acabado artesanal, junto a otros menos vistosos, de función netamente utilitaria en los que cada cosa ocupaba su lugar.
Al primer grupo pertenecieron las cujas de hierro forjado con varillas para el toldo, los roperos de tres cuerpos y espejos de cristal azogado cuyas lunas se topaban cuando había tempestad. La gran cómoda donde se guardaba desde la ropa interior olorosa a limpio hasta las cajas de chocolates Suchard, que una vez consumido el delicioso contenido, se repletaban de cartas de amor, ombligos de toda prole, medallas y estampitas de bautizo, manojitos de cabello atados con cintas rojas, tarjetas ingenuamente decoradas por amorosos trazos caligráficos para la '-mamá-más-linda' de '-su-hijita-que-la-adora'...
La hamaca de mocora infaltable en los dormitorios y al lado opuesto la caja de madera para sábanas, manteles, tapetes y toallas, fotografías antiguas, cuadernos con poemas manuscritos y chucherías que nos desvivíamos por ayudar a ordenar en los días de visita semanal a los abuelos.
En el corredor de acceso al comedor, el tinajero, especie de jaula de madera que soportaba en su parte superior la gran piedra porosa tallada y traída desde Chanduy, donde el agua potable se destilaba gota a gota, para caer en el vientre de la tinaja de barro samborondeño, a la cual echaban dos o tres clavos de hierro en el fondo, a manera de filtros purificadores del líquido siempre fresco y cristalino que tomábamos en jarros de fierro enlozado colgados al interior del mismo mueble. Gran mesa con tablones de extensión, aparador, vitrina y doce sillas que los domingos se copaban, sin segregación de edad, cuando el "Victoria Clock" de cuerda con campana, marcaba los horarios del almuerzo familiar.
Todavía en la década de los 40 y parte de los años 50, el refrigerador era un símbolo de estatus del que no todas las familias podían disfrutar. Costoso, pesado y ruidoso artefacto Frigidaire, General Electric o Norge, con una especie de ventilador en su parte superior, tenía una sola puerta y ofrecía reducido espacio de congelación para las cubetas de hielo y los sabrosos helados caseros que se hacían con jugo de naranjilla, tamarindo o crema de vainilla. Y había que escoger, por que cuando poníamos a hacer helados, nos quedábamos sin hielo para el servicio de la mesa o para los vecinos que acostumbraban solicitarlo al mediodía. El refrigerador producía abundante escarcha, obligando a su desconexión y limpieza cada quince días y estaba colocado, por lo regular, en una esquina del comedor. Como goteaba al interior, los alimentos solían malograrse.
(refrigerador Norge 1937)
Por eso el viejo guardafrío continuaba ocupando puesto tradicional en la cocina, donde su esqueleto de roble o laurel, recubierto de tela metálica ayudaba a mantener en óptimas condiciones de ventilación la mantequilla de nata batida, el queso fresco, la carne aliñada para la merienda, los chicharrones, las conservas y la sabrosísima leche dormida, antecesora del yogur persa, que degustábamos por la mañana antes de desayunar.
Los encantos del guardafrío se descubrían en esas furtivas incursiones que cuchara en mano efectuábamos hacia el rico bocado de cocada recién sacada, las tortas de maduro y de camote, el hurto de un higo relleno con manjar, los pechiches almibarados o el pellizcón al queso criollo, que disminuía a velocidades sorprendentes, sobre todo en tiempo de vacación escolar. Desechado por la rápida modernización, el querido artefacto fue a parar a la basura. Aún puede verse en ciertas casas de campo junto a la batea de panza generoza, a la platera de escurrir los utensilios, a la hielera de madera y a los gatos cazadores de pulperos que ya no existen en casas de la ciudad, pues, los ratones del presente han dejado de merodear por la cocina en busca de queso fresco que les solíamos disputar y ahora son inquilinos de algunos supermercados que tienen de todo, menos leche de vaquita campesina, de esa que hacía nata gorda y poníamos a dormir.
Y tal como suben mensualmente las planillas de la electricidad, nada raro sería que el guardafrío retorne a su antiguo lugar; con lo cual algunos abuelitos volveríamos a disfrutar de los pequeños placeres de aquel mueble de la cocina nos deparó cuando eramos niños, muy ricos en aventuras, hasta en el ámbito de nuestro hogar.
Fuente: "Cronicas costumbristas del tiempo de la yapa" 5ta edicion autora Jenny Estrada
Espero que les haya gustado y manténganse atentos a la próxima publicación :-)
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