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viernes, 15 de julio de 2011

Dias de corre corre...

laxantes, estreñimiento, remedios caseros
Por culpa de una antigua costumbre, de la que algunos se van a acordar en este rato con olores y sabores, en cierta etapa de la vida yo hubiera querido inventar un sistema de exterminio a los castores. Mamíferos roedores propios de Asia, Europa y parte de Norteamérica, portadores de dina y elegante piel que desgraciadamente no fue la porción de su cuerpo conocida por nosotros, untuosa, olor penetrante y sabor nauseabundo, utilizado por la farmacopea antañosa como base del más efectivo destapador de cañerías intestinales.

Someternos a la tortura del purgante mayor, era un requisito en guarda de nuestra salud -según decían- y al menos dos veces por año cumplían nuestras madres, gustosamente asesoradas por las abuelas que parecían disfrutar escogiendo días y horas apropiados. Con la debida anticipación, adquirían dosis adecuadas en las boticas Internacional, H.G., del Comercio o La Salud. Comparaban fundas de caramelos, Mandaban la excusa al colegio y nos comunicaban el maquiavélico proyecto.

Aunque dicen que guerra avisada no mata gente, esa, cual ataque traicionero, podía terminar con nuestra indefensa humanidad, que al solo anuncio quedaba estremecida de pavor, sintiéndose incapaz de evitarlo, ni siquiera con el argumento del -¿Por qué otra vez, si hace poquito tiempo ya me dieron?-.

Así pues, llegando el momento, empujábamos y en la fila veíamos como avanzaba el enemigo. Los frasquitos de color ambar pasaban del botiquín a la cocina, donde manos expertas en ese tipo de maldades entibiaban la pócima para ponerla en su punto y administrarla por cucharadas soperas, tarea que correspondia directamente a las madres, imbuidas de toda su autoridad en el instante de la orden:


-¡Tápate la nariz, abre la boca y traga!
-No puedo

-Apura que se riega y se enfría
-Tengo náuseas-

 -¡Traga!
-Vomito

- ¡Traga!,
-¿Ya tragaste?

-Guaaaca...

-¡Denle café y un caramelo!
El aceite rodaba lentamente pegándose en la lengua, en el paladar, en las encías, en los dientes, en la garganta y mientras completaba su ruta, ese sabor espantosos persistía. Ni el café ni los caramelos ni la pasta de dientes por fuertes que fuesen lo eliminaban, por que era en el cerebro donde se había registrado tan tremenda agresión a los sentidos del gusto y del olfato.

¡Corre - corre!
No pasaba un par de horas cuando el espíritu del castor se vengaba empezando a buscar escape. Después del estomago, donde había ronroneado largo rato, tenia que avanzar correteando los siete metros del intestino delgado y de este continuar a la autopista del intestino grueso con su metro y medio de trayecto, de manera que, al hallar la salida, no se molestaba en pedir permiso y por ello, a la voz de ¡corre - corre!, todos compadecíamos al primero que sufría los efectos, por lo mismo que en cuestión de unos minutos tendríamos que desfilar al excusado, uno por uno, tantas veces la venganza del castor nos lo exigiese en ese día.
Dieta blanda, libros de cuentos y juegos de naipes como la burra y el hueso, nos ayudaban a consumir las horas hasta que el último rezago de aceite abandonaba nuestro cuerpo que quedaba livianito y libre del zoológico de trichuris-trichuras, áscaris, amebas y cuantas lombrices existiesen.

Sustitutos similares
Tambien utilizaban aceite de ricino, de similar mal sabor y efectos, aunque de origen vegetal; sal inglesa, mezclada con cola Fioravanti, por lo que el apellido del pobre inmigrante italiano que creño la fórmula de tal gaseosa, resultó mezclado en los horribles menjurjes a que les hago alusión. Luego salieron a la venta los Chocolates Ex-Lax, que venían en engañosas cajitas azules con letras rojas, aceptados inocentemente hasta probar su feo sabor y sus tremendos efectos :-[. Y unos chicles de menta azucarada con los que hicimos algunas maldades. 


Todos estos productos se usaban en la purga mayor. En vísperas de viaje para no tener complicaciones; al retorno de las vacaciones, por lo mismo; al comienzo de clases para evitar la pereza y en tiempos de exámenes, para no perder el apetito.
En cambio, la leche de magnesia Phillips, la sal de frutas Eno o las hojas de sen con tamarindo, eran de uso corriente, después de los cumpleaños, por simple sospecha de un empacho, lengua sucia o alguna imaginaria palidez.

Procedimientos como los lavados de agua de manzanilla con glicerina y jabón fueron el terror de los estreñidos que miraban la cánula del irrigador como presagio de otro tipo de desgracias y el -¡Aguanta un ratito más!- como la proximidad de un estallido catastrófico. 

No estoy en la capacidad científica de aplaudir o criticar el uso indiscriminado del purgante. Si puedo corroborar la opinión de que nuestra salud estomacal e intestinal fue y sigue siendo buena, aunque me sienta incapaz de superar el fastidio que les tengo a los castores machos, a quienes -por su parte- tampoco debe haberles hecho mucha gracia que vaciaran sus glandulitas seminales, impidiéndoles cumplir otra función.

Así termina una colorida historia del Guayaquil de antes realizada por la historiadora Jenny Estrada, autora del libro "Cronicas costumbristas del tiempo de la yapa" 5ta edicion.

Espero que les haya gustado y manténganse atentos de la próxima publicación
Si tienen historias parecidas pueden compartirlas aquí.

Saludos
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