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miércoles, 14 de septiembre de 2011

Del Molinillo a la Licuadora

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(clic para agrandar)

Encender la licuadora y en cuestión de pocos instantes transformar una fruta en sabroso jugo, mirar cómo los ajos y cebollas quedan reducidos a puré para preparar los aliños sin mal olor en las manos, moler el choclo sin sudar rallando las mazorcas para hacer unas riquísimas humitas, son acciones cotidianas que, por normales, no merecerían mayor atención, pero de vez en cuando es bueno recordar el modo en que las mamas de casa del tiempo de la yapa se enfrentaban a esas faenas culinarias, a fin de tener claro el registro de cuándo se produjo el gran cambio, que significó remontar la era de los instrumentos primitivos para ubicarnos en la etapa de la modernidad.

Intrumentos del pasado

Regaladas por nuestras madres y abuelas, o conseguidas por ellas mismas en los paseos a las haciendas del área subtropical, las piedras del río o "manos" de moler, eran instrumentos fundamentales de toda buena cocinera, de las cuales había siquiera dos en cada casa. Con la piedra se majaban los plátanos asados o cocidos para formar el bolón, se trituraba el  maní tostado para la salsa de la guatita, se golpeaba suavemente la pulpa prieta y el lomo de asado, suavizando la carne de los apanados. Esa aliada insuperable aún nos sirve para muchos menesteres, entre ellos, la sacada del cangrejo.

El rallo de aluminio que se compraba en las hojalaterías de la calle Villamil o en ciertos puestos del mercado central, era utilizado para reducir a viruta el coco seco, los choclos para las torrejas, la yuca para los muchines y el queso parmesano para complementar los tallarines.

El molinillo

En muchas casas porteñas, el chocolate formaba parte del ritual del desayuno, y ofrecer esta bebida caliente y reconfortante era usual en las tertulias dominicales, así como en las lluviosas noches invernales, cuando el ánimo cordial de las visitas invitaba a compartir nuestros sabores.



En la cocina, el ajetreo se había anticipado, tostando y moliendo el cacao que en los meses de cosecha venía de las haciendas vecinas, y con el cual se formaban gruesas bolas para guardarlas en herméticos recipientes de latón, donde el bouquet de "la pepa de oro" se conservaba más celosamente que en envoltura de papel aluminio. Al momento de la preparación, una de esas bolas se rallaba sobre la leche hirviente, llevando a la mezcla a ebullición con una pizca de sal, una rajita de canelita y azúcar al gusto. Luego entraba en función el molinillo de madera, de los cuales había por lo menos 3 o 4 en cada cocina y, entonces sí, repitiendo la muletilla que escuchábamos a las empleadas: bate, bate el chocolate, con guineo y aguacate- veíamos las evoluciones y aprendíamos los secretos de las magas cocineras, para lograr el espesor perfecto y la espuma deliciosa que lucía tentadora al tope de la jarra de porcelana o de loza, desde donde se vertía el líquido espeso a cada taza.

Desde las postrimerías de el siglo XIX existía la marqueta de cacao "mazorca de oro", procesado por los hermanos Segale, inmigrantes italianos fundadores de fábrica La Universal. Pero los viejos catadores no aflojaban la bola criolla, repleta de auténtica grasa vegetal que iba derecho a la panza voluminosa de los abuelos y a las formas generosas de sus robustas consortes, aumentando la tentadora celulitis, deleite de sus eróticos pellizcos en la hamaca.

A fin de no confundirnos, vale aclarar que para batir las claras de huevo o hacer la mayonesa (que ni imaginábamos que se podía industrializar), se utilizaba un batidor manual de alambre. Mientras que para preparar otros potajes se utilizaban los molinos metálicos, pesados artefactos que se atornillaban al filo de una mesa y accionados manualmente, servían para moler granos, carnes, café, fruta de pan y todo cuanto hiciese falta para salchichas, salchichones, tortas, tortillas y tortones.

La llegada de la licuadora
Semejante batería, heredada de la culinaria primitiva, requería cocinas espaciosas y algunas asistentes, hasta que allá por los años sesentas (1960 y suguientes), gracias a la acción de una dinámica mujer, que hizo posible la difusión de un espectacular invento accionado por motor eléctrico de alta potencia, cuyas cuchillas giratorias en cuestión de segundos destripaban, trituraban, pulverizaban, molían, mezclaban o batían todo lo que caía en el vaso de vidrio templado, nos enteramos de que nuestras tareas domésticas podían aliviarse, dejándonos tiempo libre para otros menesteres.

Me estoy refiriendo a la licuadora, popularizada oficialmente en el Ecuador por doña Yolanda Aroca Campodónico, carismática y creativa promotora de la firma norteamericana OSTER, quien, trasladando sus celebradas habilidades culinarias a la televisión ecuatoriana, al mismo que tituló "Cocine con gusto", verdadera cátedra no solo de cocina sino de nutrición y sentido del buen vivir.

Con su característico optimismo, hermosura y simpatía, doña Yolanda, que en sus años juveniles había sido admirada reina de belleza y deportista, ponderaba las ventajas de la licuadora y otros novísimos electrodomésticos y, rodeada de ellos, evolucionaba con gracia y agilidad frente a las cámaras, ingeniandoselas para preparar simultáneamente tres o cuatro delicias de nuestra comida criolla cada dñia, inculcándonos el valor delahorro a través del reciclaje de alimentos, las maneras de administrar un presupuesto familiar y el aprecio por los productos de nuestra tierra, que ella misma cultivaba en su finca de Yaguachi.

Su triunfo de excelente ejecutiva y promotora de ventas fue tambien el triunfo de la firma OSTER, a la cual llegó a representar en todo el Ecuador y en Centroamérica, donde tuvo sus porpio espacios televisados. Viajó por muchos paises y enseñando a "osterizar", incorporó un nuevo verbo al diccionario. Activa hasta que su salud lo permitió, la mujer que con su ejemplo practicó el arte del buen vivir, nos dejó de herencia dos recetarios impresos y el cambio radical hacia una era de progreso en la cocina... Fiel a las tradiciones, yo mantenfo mi molinillo de madera con el que sigo batiendo el chocolate para sentir la caricia de su espuma en mis labios y la piedra de moler con la que disfruto de todas las patitas del cangrejo. Pero confieso que no sé qué sería de mí, si a estas alturas del partido llegase a faltar en mi cocina la indispensable licuadora que nos enseñó a utilizar doña Yolanda.

Tomado del libro "Cronicas costumbristas del tiempo de la yapa" 5ta edicion - autora Jenny Estrada

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Hay 3 Comentarios, ¿Dejas el tuyo? :)

Anónimo dijo...

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carolinapatiño dijo...

gracias! que lindo leer esto sobre mi abuela! el negocio sigue en pie, en garcia aviles, entre 9 de oct y velez

Anónimo dijo...

Ella sacó una canción , Cual fue?

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