Feliz Navidad, paz en el mundo y un excelente año nuevo para todos :)
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Música, Relatos y Costumbres... Un espacio para compartir tradiciones de epocas pasadas.
Feliz Navidad, paz en el mundo y un excelente año nuevo para todos :)
Grabar 4.380 canciones de todo tipo, es una cifra respetable. Ser padre de 27 hijos, con cinco esposas, es algo insólito, inusual. Ser bohemio, como lo fue acá, allá y acuyá, es igualmente inentendible. Frases, las anteriores, para referirnos al cantante ecuatoriano Julio Jaramillo (Julio Alfredo Jaramillo Laurido), el trotamundos sentimental del canto que dejó impresa su voz en los ya precitados 4380 temas musicales.
Fue zapatero en Guayaquil, donde abrió sus ojos a la vida el primer día de Octubre de 1935. En su trajinar artístico, de ciudad en ciudad, de país en país, recorriendo los senderos del éxito con paso firme y decidido, obtuvo los más resonantes aplausos.
Y a tales efectos elogiosos correspondió con su calidad artística.
Se le quiso. Se le admiró. Fans por doquiera que vibraban oyéndolo cantar con su estilo bien peculiar y definido, diríamos que sin imitadores. Plasmó ese gorgojéo en las miles de canciones que adquirieron el rótulo de vendedoras, por lo cual el adjetivo de triunfador le quedaba a la medida.
Juglar es aquel que se gana el sustento versificando y musicalizando, tomando este último gerundio como autor, intérprete y compositor. Jaramillo se dió gusto y obtuvo fama con la canción y, a su vez, transmitió en los escenarios de los pueblos visitados, emoviones a granel. Verlo, oirlo, aplaudirlo, emocionarse con su bien timbrada voz, todo era un cúmulo de satisfacciones que solamente ofrecen los ídolos.
A Julio lo enfrentamos periodísticamente un mes de Agosto. Fue el tres de 1966. Primera visita a Medellín. En Cali había estado en 1956, cuando sólo llevaba 12 meses como cantor profesional.
En el 66 ya registraba casi 400 grabaciones, cantidad que fue aumentada, al venir a la capital antioqueña, con las impresiones sonoras hechas para CODISCOS, en su sello ZEIDA. Dos elepés (LP) como solista y uno a dúo con Pepe su hermano, fueron el fruto de su vinculación a esta compañía de discos.
Volvió a Medellín muchas veces. Doquiera que actuó, dejó lindos recuerdos. Era un artista carismático. Empero, su amor por los etílicos lo enrutaron prematuramente hacia la sepultura. Murió el 9 de Febrero de 1978. Es el día del periodista. Mucho lo deploramos.
En CODISCOS (ZEIDA) nos dejó un legado de canciones en distintos ritmos, suficientes para revivirlo a él, musicalmente, con obras como Tren lento, Como una sombra, De carne y hueso, Infamia, Norma, Camino de espinas, El amor del marinero, Maldita suerte, Confesión, Que te vaya bien, Madrecita ideal y tantas otras que se acomodan a esta programación.
Ducho en el canto. A ningún ritmo o folclor de cualquier país le sacó el cuerpo. Grabó de todo y muy bien. Una voz perdurable que sigue escuchandose en tangos, valses, boleros, rancheras, pasillos y tal y tal. Hoy es recuerdo. Se le admiró y seguiremos brindándole cariñosa admiración, aun tantos años después de muerto.
Ecuador es la tierra del pasillo sentimental, con creadores estupendos. También intérpretes calificados como Olimpo Cárdenas y Julio Jaramillo, dos estrellas de la canción latinoamericana. Uno y otro interpretaron a cabalidad las obras creadas por sus coetáneos (de la misma tierra) como Francisco Paredes Herrera, Nicasio Safadi, Carlos Brito, César Maquilón Orellana, Gonzalo Vera, Manuel Coelo, Medardo Angel Silva y tantos otros letristas y músicos del hermano país, quienes enriquecieron la canción latina con sus admirables páginas musicales.
La presencia hiperbólica y la voz latente de Julio Jaramillo, siguen incrustadas en el recuerdo. Hay emisoras en Colombia, y suponemos que en otras naciones, que miuelen y muelen su música con marcada constancia. En Radio Reloj de Medellín, por ejemplo, hay un seguidor ferviente, casi fanátivo de la voz de Jaramillo. Se trata de Julián Uribe Alvarez, quien nos brinda canciones del juglar ecuatoriano muy a menudo. Y tan felices todos quienes exteriorizan la misma inclinación de Julian.
Alguien lo definió como "El cantor del amor". Expresaríamos que lo fue, también del sentimiento, de la alegría, de la vivencias y sensaciones existentes para brindar felicidades insospechadas...
Durante la mañana del 31 de diciembre, portando tarros de talco vacíos a los que abríamos una ranura a manera de alcancías, y latas de leche Klim, con las primeras monedas conseguidas entre los de casa, armábamos la comparsa en la que destacaba una viudita plañidera, niña o niño disfrazado con traje negro, para marchar gimiendo junto a su Viejo, al tiempo que con nuestro improvisado instrumental de percusión, hacíamos el coro, repitiendo acompasadamente la clásica muletilla: U-na-caridá-pa-ra-el-Vie-jo.
Cuando nos cansábamos o nos llamaban a comer, el Viejo quedaba sentado a la puerta de la casa, con un cigarro en la boca y una botella de trago, vacía, a su lado. Por la tarde intensificábamos la recaudación e íbamos participando en la redacción del testamento infantil para leerlo junto al de los mayores.
Ya al anochecer, agrupados en torno al monigote, en el extraño funeral, procedíamos a repartir proporcional y escrupulosamente el dinero entre quienes lo habíamos armado, paseado y llorado con todo el gusto de la ocasión.
Faltando pocos minutos para las 12 de la noche, algún adulto anunciaba la hora y nuestro Viejo, despojado de su sombrero prestado, de la corbata de gran señor y de los zapatos que alguien juzgaba "todavía buenecitos", era arrastrado hacia media calle para rociar su cuerpo con gasolina y lanzarle el fósforo que lo transformaría en una pira estruendosa.
El acelerado palpitar de nuestros corazones encendidos de excitación nos empujaba al abrazo general y a la expresión de recíprocos augurios. La parranda del Año nuevo comenzaba, mientras los restos humeantes del Viejo, volaban, esparciéndose a voluntad del viento por calles y veredas.
En el tiempo de la yapa, el Año Viejo era un asunto de incumbencia casi exclusiva de los bomberos, los policías, los militares y la gente menuda, en cuyos preparativos nos distraíamos, realizando arduo trabajo manual y emocionándonos desde el preámbulo.
De todas las tradiciones que nos quedan, ninguna tan propia y original como nuestro querido Año Viejo. No sólo porque cautivos del sortilegio que dimana del fuego exterminador nos dejamos transportar hacia sus mágicos efectos, sino porque en la quema de ese monigote grotesco se encierra toda la simbología de un ritual ancestral, donde la muerte es vida y esperanza.
"Quémate judíoEl paso de la fecha y su fijación definitiva en el último día del año, estaríamos situándola ya en el siglo XIX, tal como lo anotó el folklorólogo, cronista e investigador guayaquileño Rodrigo Chávez González (hijo de Chávez Franco), en una de sus reseñas periodísticas, al indicar que, cuando la epidemia de fiebre amarilla azotó cruelmente a los guayaquileños al finalizar el año de 1842, atendiendo a una medida sanitaria y para deshacerse de dolorosos recuerdos, éstos confeccionaron atados con prendas de vestir y objetos de sus deudos, no faltando quienes, siguiendo la costumbre anteriormente descrita, "quemasen al judío", todo lo cual se hizo el último día del año, a manera de simbólico holocausto para ahuyentar la peste fatal y la desesperanza.
quémate hasta el hueso
que para tu crimen
poco es el infierno" (sic)
El 25, madrugábamos a saludar al pequeños Jesús que había nacido y sonreía acostado en la cunita de paja del pesebre. Y enseguida, a buscar los presentes que casi en éxtasis íbamos abriendo. Si de nuestra lista no había llegado todo, nunca reclamábamos. Pues, a nosotros nos enseñaron que Él traía lo que podía y aquello que faltaba, era lo que seguramente destinaba a criaturas menos afortunadas de la ciudad en quienes teníamos que pensar muy solidariamente como hermanos.
Preparando la cena de Nochebuena, nuestra madre escogía su mejor mantel y el delicioso aroma del pavo criollo inundaba la casa desde el mediodía, haciéndonos agua la boca mientras ayudábamos a pelar las nueces del relleno, hurtándonos unas cuantas pasitas a cuenta de la colaboración voluntaria. A las 10 de la noche, aproximadamente, el pan de pascua, los buñuelos con miel, el queso blanco en cuadritos, se ponían en los platones; el exquisito chocolate de La Universal, batido con molinillo pasaba de las jarras a las tazas y sentados alrededor de la mesa, padres, abuelos, tíos, nietos, invitados, compartíamos ese espacio de fe, de amor familiar y de amistad, todo con mucha sencillez.
Acercándonos a estas fechas tan ajetreadas de consumo, vamos a tocar el tema de como se celebraba la Navidad y el Año Nuevo hace algunas décadas atrás y recordar esos tiempos donde gran parte de las labores eran manuales y en familia; este tema lo vamos a separar en partes para que no se nos haga muy extenso.
El milenario Quito, luz de América, cumple hoy 477 años de fundación española, muchos turistas nacionales y extranjeros visitan la capital del Ecuador para celebrar sus fiestas y disfrutar del arte y la cultura que esta linda ciudad ofrece.
Fundación de Quito
En la memoria colectiva, la fundación de Quito se remite a los tiempos legendarios de Quitumbe y sus primeros habitantes los Quitus, que más tarde se fusionaron con los Caras. La historia de Quito no empieza ni termina con la llegada de los conquistadores españoles, cuya presencia, a no dudarlo, constituye un importante hito en el curso de la milenaria trayectoria vivida por nuestro pueblo.
Inmediatamente después de la victoria del Soberano quiteño Atahualpa sobre los Incas, llegaron a Cajamarca los conquistadores españoles dirigidos por Francisco Pizarro y Diego de Almagro.
Localizado en el centro de la cocina o en una estratégica esquina, se encontraba -aún en nuestras casas mixtas- el fogón. Su estructura de madera, de forma rectangular, estaba sostenida por cuatro patas fuertes sobre las cuales se asentaba el cajón relleno de barro o cemento. La cavidad central, formada con ladrillos, era el espacio destinado a recibir leña o carbón. A manera de soportes para ollas, cazuelas y sartenes, se colocaban varillas de hierro atravesadas; y pedazos de hojalata para cubrir los recipientes, haciendo efecto de horno al poner las brasas encima.
La costumbre de reunirse al mediodia o al atardecer en los salones, confiterias y restaurantes elegantes ubicados a lo largo de la avenida Nueve de Octubre, fue algo muy propio de la ciudad desde comienzos del siglo XX y en esto tuvieron mucho que ver los inmigrantes europeos, deseosos de innovar, aportando al medio las costumbres de sus países de origen y aprovechando comercialmente el clima tropical favorable para el desenvolvimiento de tal tipo de actividades.