En el tiempo de la yapa, el Año Viejo era un asunto de incumbencia casi exclusiva de los bomberos, los policías, los militares y la gente menuda, en cuyos preparativos nos distraíamos, realizando arduo trabajo manual y emocionándonos desde el preámbulo.
Nuestro alboroto empezaba siquiera dos días antes con la recolección de prendas de vestir entre los hombres patuchos de la familia y los amigos del barrio, para evitar las prendas grandes que por exigir más relleno, ponían al muñeco en peligro de "descuajaringarse" y volvían difícil su transportación.
Con algún billetito donado por los padres y acompañados del primo mayor íbamos a comprar a la tienda la careta del Viejo rubicundo con larga barba de algodón. Un empleado se encargaba de proporcionarnos el aserrín o la viruta que regalaban en carpinterías y aserríos, y los detonantes que se adquirían donde el italiano Zunino. Mientras tanto, con una agujeta de bastear colchones de lana de ceibo, íbamos uniendo costuras de camisa con pantalón. Las manos se dibujaban en cartón y se recortaban cuidadosamente para adherirlas a los puños.
Si la confección se mantenía dentro de los clásicos esquemas el atuendo del Viejo debía llevar algo prestado: generalmente sombrero con marca "se devuelve"; algo nuevo: una corbata que a ruegos le sacábamos al tío Octavio. Y al irle dando la forma, no podíamos olvidar los puñados de sal en grano para volver más crepitante su cuerpo al momento del encuentro con las llamas. Curiosidad Infinita - Conocimiento y curiosidades - -
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